Con aquel suspiro quería gritar al cielo que sus ganas, sus fuerzas, se habían desmoronado. Ese hilo de aire, apenas imperceptible para el resto del mundo -al menos, eso creía ella- suplicaba que alguien le tendiera una mano liberándola de esos fantasmas que la impedían seguir adelante.
-¿Te encuentras bien? -preguntó él con voz titubeante sorprendido por su propia iniciativa. Nunca se había atrevido a hablar así, tan directamente, con una desconocida. Pero algo en esa chica hacía que se sintiese atraído como un imán hacia ella.
-No -respondió ella con sinceridad.
Ambos olvidaron por un momento los libros en los que se hallaban sumergidos hasta ese momento. Él estiró su mano hasta el lado opuesto de la mesa rozando con sus dedos su suave piel. Tenía suerte de que, a esas horas, no quedase nadie en la biblioteca, porque lo único que deseaba en ese momento era acallar los suspiros de aquella chica sellando sus labios con su aliento.
-No te conozco de nada- replicó ella avergonzada, aunque su mano no se había deslizado ni un milímetro.
-Ni yo a ti tampoco, pero siento que me gustaría ser una hoja de ese libro que lees para sentir el tacto de tu piel y tus ojos clavados en mí.
Ella se echa a reír y agacha la mirada clavándola de nuevo en la novela que reposa sobre la mesa.
-Quizás sea hora de que esa parte de mí que se esconde entre las líneas de estos libros -dirige su mirada a las estanterías llenas de baldas que los rodean- comience a a descubrir si estas historias inventadas por románticos empedernidos son fruto de una imaginación desbordada o si, simplemente, se trata de estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado.
-Yo optaría por la segunda opción.
Él se levanta para sentarse junto a ella, al otro lado de la mesa.
-Por cierto, me llamo Jon.
-Yo Sara.
Ambos se miran en silencio e intercambian sus sonrisas como si llevasen toda la vida esperándose.