lunes, 30 de octubre de 2023

Relato "La noche de las almas perdidas"


La noche de los muertos había congregado, un año más, a decenas de jóvenes incautos que acudían al cementerio en busca de emociones fuertes. La leyenda contaba que el alma errante de una novicia, de nombre Margot, vagaba sin consuelo entre los nichos desvencijados durante la noche de los difuntos. Buscaba al amante que le fue arrebatado por el mar cincuenta años atrás.

Su llanto desgarrador se confundía con el rumor de las olas en las noches de tormenta. Solo en esa fecha señalada, Margot sucumbía a la llamada de los vivos. Cada año, hacía su aparición en el camposanto, atraída por los macabros rituales de los jóvenes que, embriagados por el alcohol, jugaban a contactar con las almas de los muertos por medio de sus desconchadas güijas.

Pero Margot solo anhelaba encontrar a Damián entre las ánimas que, como ella, acudían cada año a la cita con aquellos descerebrados amantes de lo prohibido. Los espiaba tras la ventana del torreón de la iglesia contigua al cementerio. Los espectros foráneos revoloteaban sobre las tumbas y emitían grotescos aullidos que provocaban carcajadas en los jóvenes.


Margot se sentía defraudada, un año más. «¿Acaso aquellos inútiles tampoco iban a ser capaces de dar con su amado en esta ocasión?» Encolerizada, descendió la escalinata de la iglesia y atravesó la puerta. Se deslizó entre las lápidas con la intención de ahuyentar a esos mamarrachos y disfrutar de la paz que tanto ansiaba.

Provocó la caída de varios jarrones que decoraban las tumbas y escuchó los gritos de algunos de los allí presentes. Acarició con las puntas de su cabello los hombros de uno de los muchachos y esperó su reacción. No tardaron en huir.

Entonces, los vio. Una pareja retozaba al cobijo de los cipreses, ajenos al bullicio. Ella cabalgaba semidesnuda sobre él. Margot fijó sus ojos en el muchacho y reconoció en su rostro las facciones de Damián. Aquel mozo debía de ser la reencarnación de su amado. Sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre ellos y, tras apartar de un manotazo a la chica, rodeó el cuello del joven con sus manos mientras lo besaba y susurraba el nombre de su amor. Apretó hasta que la respiración del chico se desvaneció y aguardó impaciente el reencuentro con el alma de Damián.

Nada sucedió. Una tormenta se desató sobre el lugar y el mar rugió con despecho. El susurro de un lamento le hizo girarse y contempló, derrotada, la silueta de un niño que la miraba con los ojos inyectados en dolor.

—Abuela, ¿por qué?

—¿Quién eres?

—Soy yo, Daniel. El hijo de tu hijo. ¿Por qué has acabado con mi vida?

Entonces, un vago recuerdo irrumpió en su mente. Su muerte. El día en que su corazón dejó de latir, el fruto del amor entre Damián y ella abandonó su vientre y comenzó a vivir al mismo tiempo que su madre perdía la vida.

Entonces supo que era demasiado tarde para arrepentirse.

viernes, 27 de octubre de 2023

Relato "El teatro de la vida"


—Le traigo buenas noticias, señora Gómez.

Me froté las manos de una manera compulsiva. Húmedas y frías, además de temblorosas. Vamos, que estaba hecha un cuadro. Por no hablar de las incipientes gotas de sudor que pugnaban por abrirse paso en mis sienes, surcando de forma imparable lo finos pliegues que se formaban junto a mis ojos al sonreír. Porque sí, estaba sonriendo. Con cara de pava, todo hay que decirlo, pero sonriendo, al fin y al cabo.

Y, en verdad, no tenía demasiados motivos para hacerlo, pero la situación me parecía tan surrealista que solo tenía dos opciones: tomármelo a risa —como una tremenda broma del destino— o hacer un melodrama de la parodia en la que se acababa de convertir mi vida.

—Puedes tutearme —aclaré con voz titubeante.

—No creo que sea lo correcto.

Tragué saliva con cierta dificultad y paseé mis ojos por la estancia con el mayor disimulo posible. A escasos metros del lugar donde nos encontrábamos —sobre el desgastado escenario de aquel lujoso teatro— se apostaba otra mesa exactamente igual a la que tenía frente a mis ojos, solo que esta contaba con otro ocupante, igual de estirado que mi interlocutor, pero bastante menos atractivo. Frente a ella, sentada en una silla y con el mismo rostro trastocado por los nervios, se encontraba mi compañera Esther, que había acudido conmigo al casting la pasada semana.

La observé de reojo y aprecié cierta tensión en sus gestos. Me preocupé, porque Esther se había convertido en una buena amiga durante todas estas semanas de ensayo y se merecía el puesto en el musical tanto o más que yo.

Negué con la cabeza, en un acto impulsivo, y sentí los ojos de él clavados en mí. Le sostuve la mirada durante unos segundos, que parecieron eternos, pero tuve que apartarla, avergonzada,  al comprobar que su rostro había enrojecido y, ni corto ni perezoso, había comenzado a soltarse el nudo de la corbata.

«Dios, ¿por qué me tiene que pasar esto a mí? ¡Para una vez que se me ocurre entrar en una aplicación de esas para ligar!».

—Ayer no decías lo mismo —le recriminé.

—Ayer no sabía que me iba a convertir en tu director.

—Yo tampoco lo sabía, Alex. No soy una aprovechada.

—Yo no he dicho que lo seas, Clara.

Alex había elevado un poco el tono de voz y el hombre de la mesa de al lado lanzó una mirada interrogante sobre nosotros. Me revolví en la silla y me encogí de hombros. No me quedaba más remedio que aceptar que acababa de lograr un puesto en el mejor musical de la ciudad y que había perdido a una persona que, probablemente, podría haberse convertido en alguien muy especial para mí.

De hecho, ya lo era. Alex y yo llevábamos unas cuatro semanas hablando por teléfono todas las noches. Y, mejor aún, las últimas veladas nos habíamos lanzado un poco más y habíamos contactado por video llamada.

Tras el primer contacto visual con Alex mi sorpresa había sido mayúscula. «¿Cómo puede un hombre tan guapo y con esa percha estar buscando pareja por internet?». Definitivamente, el mundo se había vuelto loco.

Alex poseía una mirada intensa, de un tono ambarino, que me había cautivado desde el primer momento en el que su hermoso rostro llenó de vida la pantalla de mi teléfono móvil. Aquel aparato inerte y odioso, que tanto despreciaba en mi día a día, me había devuelto la ilusión que hacía tiempo que creía perdida.

—El papel es suyo. Aquí tiene una copia del contrato que deberá leer con detenimiento y devolvérmela firmada mañana.

Aturdida y con el corazón desbocado extendí la mano con el fin de recoger el documento. Me encontraba tan descolocada que no era capaz de articular palabra. Alex dibujó con sus labios una sonrisa divertida que contrastaba de una manera pasmosa con la tensión que se palpaba entre él y yo. La atmósfera que nos envolvía caía a plomo sobre nuestros hombros y me hacía empequeñecer.

—Gracias. —Fue lo único que se me ocurrió decir.

—La secretaria le dará más detalles sobre las normas, los horarios, etc.

Alex se levantó de su asiento y se inclinó ligeramente hacia mí para tenderme su mano. Yo hice lo propio. Ambos, el uno frente al otro y con las manos entrelazadas, nos atravesamos con la mirada y a punto estuvimos de perder los modales y obviar el escenario —nunca mejor dicho—en el que nos encontrábamos. Retiré la mano en un gesto impulsivo y brusco de mera supervivencia emocional y abandoné el lugar ahogando mi adiós en un profundo suspiro.

Tras salir del Gran Teatro me obligué a mí misma a dar un largo paseo por el muelle de la ciudad. Aquel lugar se había convertido en el único remanso de paz donde me veía capaz de ordenar mis ideas y calmar la ansiedad que hacía tiempo venía persiguiéndome.

Esther me había llamado y me había contado que no le iban a dar el papel para el que tanto se había preparado. Su voz denotaba el hastío que ella sentía hacia esta profesión. Su decepción. Cuántas conversaciones habíamos tenido ella y yo sobre lo poco agradecido que era nuestro oficio, lo poco valorado que estaba y el desgaste que producía vivir en una continua carrera por llegar a un pódium que, la mayoría de las veces, ni siquiera estaba a nuestro alcance.

No me atreví a contarle la verdad. Mi verdad. Me sentía sucia y me pesaba la conciencia. Sin embargo, lo cierto era que nada había sido premeditado. En ningún momento sospeché que Alex, mi amigo virtual con el que cada noche compartía mis ilusiones, mis sentimientos y mis miedos, sería el director del musical para el que tanto tiempo llevaba preparándome.

Quizás debería haber atado cabos, al igual que él, pero lo cierto es que no hablábamos demasiado sobre nuestras ocupaciones en ese momento, sino que nos limitábamos a soñar despiertos y a dibujar en nuestras mentes la imagen idílica de un mundo hecho para él y para mí.

¿Se puede amar a una persona sin apenas conocerla? ¿Solo con el sonido de su voz, con su mirada alojada bajo tus costillas y su profunda sonrisa taladrando los poros de tu piel?

Tragué saliva y solté un suspiro hondo mientras mis pupilas se paseaban por la línea que separaba el cielo del mar, tratando de vislumbrar dónde acababa uno y donde empezaba el otro.

¿Dónde acaba la realidad que nos toca aceptar como una cruel condena y dónde empieza la utopía en la que desplegamos nuestras alas y volamos hacia la felicidad?

La respuesta la tenía más cerca de lo que pensaba.

Sentí una presencia junto a mí y me giré ligeramente mientras aspiraba la fragancia que aquel hombre desprendía.

—Le traigo buenas noticias, señora Gómez.

—¡Alex!

Antes de que pudiera articular palabra, el dedo índice de Alex reposaba sobre mis labios.

—¡Chsttt!

—Pero…

—Sabía que te encontraría aquí, Clara. Me has hablado de este lugar tantas veces…

—Creo que esto no es buena idea. Tú y yo… Ahora… Ya sabes.

Alex esbozó una sonrisa misteriosa y posó la palma de su mano sobre mi mejilla, deslizando el dedo pulgar sobre mis labios temblorosos.

—Una actriz como tú debería saber que la vida en un teatro en el que cada uno tenemos nuestro papel. El destino ha jugado con nosotros y nos ha desafiado, pero yo no pienso desperdiciar esta oportunidad de ser el protagonista, por una vez, de mi propia vida y me gustaría dirigir tus pasos tanto sobre el escenario como sobre el suelo que pisas cada mañana cuando te levantas.

No pude evitar morderme los labios y bastó una mirada cargada de complicidad para darle a entender a Alex que aceptaba su reto.

Después de todo, la vida es puro teatro y aquí hemos venido a actuar y a dejaros la piel sobre el escenario.

 

 

 

ROSANA LENN

 

 

 

Relato "La noche de las almas perdidas"

La noche de los muertos había congregado, un año más, a decenas de jóvenes incautos que acudían al cementerio en busca de emociones fuertes....