—Le traigo buenas noticias, señora Gómez.
Me
froté las manos de una manera compulsiva. Húmedas y frías, además de
temblorosas. Vamos, que estaba hecha un cuadro. Por no hablar de las
incipientes gotas de sudor que pugnaban por abrirse paso en mis sienes,
surcando de forma imparable lo finos pliegues que se formaban junto a mis ojos
al sonreír. Porque sí, estaba sonriendo. Con cara de pava, todo hay que
decirlo, pero sonriendo, al fin y al cabo.
Y,
en verdad, no tenía demasiados motivos para hacerlo, pero la situación me
parecía tan surrealista que solo tenía dos opciones: tomármelo a risa —como una
tremenda broma del destino— o hacer un melodrama de la parodia en la que se
acababa de convertir mi vida.
—Puedes
tutearme —aclaré con voz titubeante.
—No
creo que sea lo correcto.
Tragué
saliva con cierta dificultad y paseé mis ojos por la estancia con el mayor
disimulo posible. A escasos metros del lugar donde nos encontrábamos —sobre el desgastado
escenario de aquel lujoso teatro— se apostaba otra mesa exactamente igual a la
que tenía frente a mis ojos, solo que esta contaba con otro ocupante, igual de
estirado que mi interlocutor, pero bastante menos atractivo. Frente a ella,
sentada en una silla y con el mismo rostro trastocado por los nervios, se
encontraba mi compañera Esther, que había acudido conmigo al casting la pasada
semana.
La
observé de reojo y aprecié cierta tensión en sus gestos. Me preocupé, porque
Esther se había convertido en una buena amiga durante todas estas semanas de
ensayo y se merecía el puesto en el musical tanto o más que yo.
Negué
con la cabeza, en un acto impulsivo, y sentí los ojos de él clavados en mí. Le
sostuve la mirada durante unos segundos, que parecieron eternos, pero tuve que
apartarla, avergonzada, al comprobar que
su rostro había enrojecido y, ni corto ni perezoso, había comenzado a soltarse
el nudo de la corbata.
«Dios,
¿por qué me tiene que pasar esto a mí? ¡Para una vez que se me ocurre entrar en
una aplicación de esas para ligar!».
—Ayer
no decías lo mismo —le recriminé.
—Ayer
no sabía que me iba a convertir en tu director.
—Yo
tampoco lo sabía, Alex. No soy una aprovechada.
—Yo
no he dicho que lo seas, Clara.
Alex
había elevado un poco el tono de voz y el hombre de la mesa de al lado lanzó
una mirada interrogante sobre nosotros. Me revolví en la silla y me encogí de
hombros. No me quedaba más remedio que aceptar que acababa de lograr un puesto
en el mejor musical de la ciudad y que había perdido a una persona que,
probablemente, podría haberse convertido en alguien muy especial para mí.
De
hecho, ya lo era. Alex y yo llevábamos unas cuatro semanas hablando por
teléfono todas las noches. Y, mejor aún, las últimas veladas nos habíamos
lanzado un poco más y habíamos contactado por video llamada.
Tras
el primer contacto visual con Alex mi sorpresa había sido mayúscula. «¿Cómo
puede un hombre tan guapo y con esa percha estar buscando pareja por
internet?». Definitivamente, el mundo se había vuelto loco.
Alex
poseía una mirada intensa, de un tono ambarino, que me había cautivado desde el
primer momento en el que su hermoso rostro llenó de vida la pantalla de mi
teléfono móvil. Aquel aparato inerte y odioso, que tanto despreciaba en mi día
a día, me había devuelto la ilusión que hacía tiempo que creía perdida.
—El
papel es suyo. Aquí tiene una copia del contrato que deberá leer con
detenimiento y devolvérmela firmada mañana.
Aturdida
y con el corazón desbocado extendí la mano con el fin de recoger el documento. Me
encontraba tan descolocada que no era capaz de articular palabra. Alex dibujó
con sus labios una sonrisa divertida que contrastaba de una manera pasmosa con
la tensión que se palpaba entre él y yo. La atmósfera que nos envolvía caía a
plomo sobre nuestros hombros y me hacía empequeñecer.
—Gracias.
—Fue lo único que se me ocurrió decir.
—La
secretaria le dará más detalles sobre las normas, los horarios, etc.
Alex
se levantó de su asiento y se inclinó ligeramente hacia mí para tenderme su
mano. Yo hice lo propio. Ambos, el uno frente al otro y con las manos
entrelazadas, nos atravesamos con la mirada y a punto estuvimos de perder los
modales y obviar el escenario —nunca mejor dicho—en el que nos encontrábamos.
Retiré la mano en un gesto impulsivo y brusco de mera supervivencia emocional y
abandoné el lugar ahogando mi adiós en un profundo suspiro.
Tras
salir del Gran Teatro me obligué a mí misma a dar un largo paseo por el muelle
de la ciudad. Aquel lugar se había convertido en el único remanso de paz donde me
veía capaz de ordenar mis ideas y calmar la ansiedad que hacía tiempo venía
persiguiéndome.
Esther
me había llamado y me había contado que no le iban a dar el papel para el que
tanto se había preparado. Su voz denotaba el hastío que ella sentía hacia esta
profesión. Su decepción. Cuántas conversaciones habíamos tenido ella y yo sobre
lo poco agradecido que era nuestro oficio, lo poco valorado que estaba y el
desgaste que producía vivir en una continua carrera por llegar a un pódium que,
la mayoría de las veces, ni siquiera estaba a nuestro alcance.
No
me atreví a contarle la verdad. Mi verdad. Me sentía sucia y me pesaba la
conciencia. Sin embargo, lo cierto era que nada había sido premeditado. En
ningún momento sospeché que Alex, mi amigo virtual con el que cada noche
compartía mis ilusiones, mis sentimientos y mis miedos, sería el director del
musical para el que tanto tiempo llevaba preparándome.
Quizás
debería haber atado cabos, al igual que él, pero lo cierto es que no hablábamos
demasiado sobre nuestras ocupaciones en ese momento, sino que nos limitábamos a
soñar despiertos y a dibujar en nuestras mentes la imagen idílica de un mundo
hecho para él y para mí.
¿Se
puede amar a una persona sin apenas conocerla? ¿Solo con el sonido de su voz,
con su mirada alojada bajo tus costillas y su profunda sonrisa taladrando los
poros de tu piel?
Tragué
saliva y solté un suspiro hondo mientras mis pupilas se paseaban por la línea
que separaba el cielo del mar, tratando de vislumbrar dónde acababa uno y donde
empezaba el otro.
¿Dónde
acaba la realidad que nos toca aceptar como una cruel condena y dónde empieza
la utopía en la que desplegamos nuestras alas y volamos hacia la felicidad?
La
respuesta la tenía más cerca de lo que pensaba.
Sentí
una presencia junto a mí y me giré ligeramente mientras aspiraba la fragancia
que aquel hombre desprendía.
—Le
traigo buenas noticias, señora Gómez.
—¡Alex!
Antes
de que pudiera articular palabra, el dedo índice de Alex reposaba sobre mis
labios.
—¡Chsttt!
—Pero…
—Sabía
que te encontraría aquí, Clara. Me has hablado de este lugar tantas veces…
—Creo
que esto no es buena idea. Tú y yo… Ahora… Ya sabes.
Alex
esbozó una sonrisa misteriosa y posó la palma de su mano sobre mi mejilla,
deslizando el dedo pulgar sobre mis labios temblorosos.
—Una
actriz como tú debería saber que la vida en un teatro en el que cada uno tenemos
nuestro papel. El destino ha jugado con nosotros y nos ha desafiado, pero yo no
pienso desperdiciar esta oportunidad de ser el protagonista, por una vez, de mi
propia vida y me gustaría dirigir tus pasos tanto sobre el escenario como sobre
el suelo que pisas cada mañana cuando te levantas.
No
pude evitar morderme los labios y bastó una mirada cargada de complicidad para
darle a entender a Alex que aceptaba su reto.
Después
de todo, la vida es puro teatro y aquí hemos venido a actuar y a dejaros la
piel sobre el escenario.
ROSANA
LENN
Me ha encantado. Veo que tienes algunos relatos por aquí
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